Émile Zola: Thérèse Raquin

Por librosymusica

Idioma original: Francés
Título original: Thérèse Raquin
Año de publicación: 1867
Valoración: Recomendable (e imprescindible de cierta forma) / ****

Thérése Raquin es una novela importante por lo que representa históricamente. Ignoro si se le puede llamar la primera novela naturalista, pero sí es la primera novela naturalista del fundador del naturalismo. Más allá de eso, sospecho que su influencia sobre la narrativa posterior ha sido muy grande.

Parte de la importancia del libro radica en su “Prólogo a la segunda edición”, una especie de réplica a las críticas donde Zola explica cuál es el objetivo de su novela, y que con el tiempo se ha considerado una especie de planteamiento de la teoría y principios del naturalismo. El autor señala que pretende estudiar temperamentos y no caracteres. Los personajes son sujetos de factores fisiológicos, “privados de libre albedrío”, o animales impulsados por la pasión y el instinto, que sufren trastornos nerviosos por lo que les acontece a lo largo de la dramática historia que se cuenta.

Zola estudia el comportamiento y reacciones nerviosas de sus protagonistas como un científico. Cada capítulo, según él, es “el estudio de un caso fisiológico peculiar”. Respondiendo a quien lo criticaba de inmoral y depravado, argumenta que es un narrador analítico e impersonal que examina la podredumbre humana “como un médico en una sala de disección”.

Añado mi propia reflexión:

La literatura no realista (podría decirse eso del romanticismo en su sentido más amplio, pero quizá sería más exacto decir «en los géneros épicos anteriores al realismo») tiende a la idealización de los caracteres y de las situaciones. Los personajes a menudo se presentan como figuras emblemáticas: el héroe es un arquetipo de virtudes; el villano, de vicios o defectos. En esa idealización, la trama se simplifica.

El realismo, en oposición, busca el apego a la realidad (valga la redundancia) y pretende reproducir de forma exacta y fidedigna el ambiente social y los factores que determinan el comportamiento de los personajes. Éstos no son figuras arquetípicas o idealizaciones, sino figuras que se presentan con todos sus defectos, virtudes y contradicciones propias de la vida real. Ya no se trata de caracteres en blanco y negro, sino de una gama de grises.

Por influencia del espíritu científico del siglo XIX, los escritores realistas usaban métodos de observación que imitaban las ciencias experimentales, buscando plasmar el mundo real de una manera que ellos consideraban fidedigna. Esto ocurrió desde edad muy temprana: recordemos que Balzac consideraba su Comedia Humana como una especie de estudio de la sociedad. Con este fin, las descripciones son quizá más elaboradas y minuciosas. Las tramas también se vuelven más enredadas: encontramos las vueltas de tornas y vaivenes propios de la vida cotidiana.

El naturalismo, una mutación o apéndice del realismo, se atreve aún más: su espíritu científico es más amplio, basado en el positivismo y el cientificismo, y las narraciones buscan ejemplificar las leyes de la naturaleza. Basada además en las teorías en boga del darwinismo y el darwinismo social, la narrativa naturalista se vuelve determinista: los personajes y sus acciones son producto del entorno y son determinados por factores hereditarios y fisiológicos: no hay voluntad o ésta casi no cuenta; es decir, no hay libre albedrío. Como además, el escritor naturalista es un científico que pretende explicar el mundo de forma rigurosa e imparcial, extiende su descripción a todos los ámbitos y no sólo al mundo de los ricos o la sociedad burguesa, como hacían los realistas; describe por igual el mundo de las clases bajas, lo sórdido y lo que es considerado de mal gusto. Y para hacer esto, recurre al lenguaje sobrio y simple, detallado pero sin adornos. Todo eso encontramos en Thérèse Raquin.

La novela cuenta la vida de Thérése: primero, su precaria vida familiar y su relación con su tía y su primo a quien es entregada en matrimonio; luego, la relación con su amante; después, el asesinato planeado por ambos; y finalmente, el infierno de su remordimiento.

Zola empieza describiendo el oscuro pasaje techado/callejón donde se ubica la tienda y la vivienda de la familia (la señora Raquin, su hijo Camille y su sobrina Thérèse). Desde ahí todo es lúgubre. Luego, en una larga analepsis, se nos cuenta que Thérèse es hija de una mujer argelina que murió y de un soldado francés que al no poder cuidarla solo, la abandona en manos de su hermana que vive en un pequeño poblado a orillas del Sena. Desde niña, Thérèse es tímida y melancólica, y depende de su tía para todo. No conoce el mundo mucho más allá de la casa que habitan. Cohabita con su primo.

La señora Raquin, viuda, adora a su hijo enfermizo, quien crece siendo un niño mimado y se vuelve caprichoso, y que además cuenta con poca educación y carácter. Preocupada por el futuro de su hijo y por su propia vejez, la mujer decide casar a los primos, para que Thérèse los cuide a ambos. Una vez que esto ocurre, Camille quiere vivir en París, y orilla a la tía a usar sus ahorros para irse a vivir a aquel oscuro lugar, descubierto por la tía, donde decide abrir una mercería. Thérèse sufre un gran desencanto al ver el lugar en donde vivirá.

Camille encuentra un trabajo en las oficinas de ferrocarriles. Al poco tiempo, la familia se hace de un grupo de amigos con quienes organiza tertulias los jueves por la noche, y poco después se presenta Laurent, un viejo amigo de la infancia de Camille, quien ahora trabaja también en los ferrocarriles.

Thérèse y Laurent comienzan una relación pasional en secreto. Thérèse encuentra en Laurent un escape a su vida sórdida y a sus pasiones reprimidas, y Laurent, indolente y haragán, ve la oportunidad de una vida parasitaria manteniendo la amistad de la familia y divirtiéndose con una amante.

Pero muy pronto la pasión del adulterio los absorbe, y deciden asesinar a Camille para facilitarse sus encuentros. Tras muchas vueltas planeando el asesinato, Laurent provoca que Camille se ahogue en un paseo en lancha en el Sena. Para evitar sospechas, los dos amantes deciden dejar pasar el tiempo sin estar de nuevo juntos a solas.

Durante más de un año, desempeñan una pantomima ante la desconsolada señora Raquin y los compañeros de tertulia de los jueves. Después, piensan que la vida se les facilitará si se casan. Profundizan su pantomima para que parezca que la idea proviene de los amigos de la familia, y la tía Raquin se complace con la idea, al sentir que así recuperará un hijo y que el nuevo matrimonio cuidará de ella en su vejez.

Pero he aquí que los asesinos, una vez casados y en el lecho matrimonial, no pueden escapar de sus remordimientos. Sufren pesadillas y alucinaciones: el fantasma del cadáver de Camille se les aparece por todos lados.

Zola entonces se concentra en la descripción de ese terror del cual la pareja es víctima, de su alteración nerviosa y de la transformación de su pasión amorosa en odio y repulsión entre ellos, que se acusan uno a al otro del crimen que han cometido. Los asesinos son víctimas de sus cambios de temperamento, de sus humores.

La novela se vuelve así más análisis de los personajes y de sus sentimientos que una narración  de los hechos. Tiene mucho de trasfondo psicológico, y en este psicologismo Zola trata a los protagonistas como animales sujetos de trauma y de trastornos fisiológicos. No es casualidad que Zola escribiera después una obra llamada La bestia humana.

Inicia pues el escritor su estilo naturalista con esta obra. Desafortunadamente, el joven Zola aún se encuentra desarrollando aquí ese estilo, y la novela adolece de una trama poco desarrollada y demasiada atención al aspecto descriptivo de los trastornos psicológicos de los personajes, lo que paradójicamente la hace poco realista y además un poco tediosa al final. Como el propio Zola señaló en su prólogo: “sería menester… para que el escritor consiguiese ahora buenos resultados, que contemplase la sociedad desde un punto de vista más amplio…”. Sin embargo, como inicio de las técnicas que desarrollará luego en su saga de los Rougon-Macquart, a la que pertenecen novelas como Nana o Germinal, Thérèse Raquin es también un clásico. Como sugerí al inicio, considero que su enfoque sobre el adulterio, el crimen y el remordimiento ha influido en muchas otras novelas en los siglos posteriores, e inclusive en la cinematografía.

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