César Aira: El cerebro musical

Por librosymusica

Idioma original: Español
Año de publicación: 2016
Valoración: Está bien / ***

Hay escritores que se sientan a la mesa y con toda minuciosidad planean y esquematizan de antemano y de forma muy detallada una obra, pensando primordialmente en la trama y cómo desarrollarla. Pienso en un ejemplo extremo de esto, que es Flaubert, conocido por su perfeccionismo en el diseño de sus novelas (Salambó la planeó como una obra histórica, y con el fin de apegarse con fidelidad al pasado hasta viajó a Cartago para documentar lo que no logró encontrar en las bibliotecas de París).

Hay, en contraste, otro tipo de escritores que cada mañana se levanta y al sentarse a escribir no sigue un plan deliberado o un esquema, sino que mantiene una simple práctica consistente en escribir lo que sea, es decir, lo que venga primero a la cabeza, con plena libertad. El único objetivo es mantener la disciplina: escribir a diario y no dejar de hacerlo.

Naturalmente, este método favorece que la trama pase a segundo plano, quizá porque un escritor, enfrentado cada día al papel en blanco, se ve más motivado a plasmar en él ideas, reflexiones o imágenes que asalten su mente en lugar de propiamente una historia que ni siquiera ha premeditado. Además, el acto de meramente anotar ideas no sólo lo hace más proclive a la experimentación, sino que, aún sin que haya el ánimo de experimentar, la libertad de la técnica favorece resultados más fantásticos e inverosímiles, tanto en forma como en fondo. El conjunto de ideas acumuladas tiende a dar por resultado una especie de embutido artesanal, carne fría con diferentes variaciones, que luego se va partiendo, mezclando y acomodando hasta componer productos diversos.

A este último tipo de escritor pertenece Aira: él mismo ha dicho que su método consiste en escribir una página al día, y por lo que entiendo, sin apegarse la mayoría de las veces a ningún plan, esquema o siquiera objetivo sobre lo que se pretende contar, sino simplemente dejarse llevar por las palabras. A esto, él le llama “vuelo constante hacia adelante”.

Y el método define la forma de su obra, además con ciertas particularidades: mucha libertad, muchos elementos fantásticos, delirio, experimentación, e incoherencias en lo que se cuenta. Las narraciones de Aira inician a menudo a partir de una idea o situación disparatada, bizarra o incluso surrealista, rayana muchas veces en temas propios de la literatura fantástica. A partir de ello se desarrolla cada relato; sólo que, a diferencia de otros autores que siguen procesos similares pero que luego buscan dar cierta coherencia a sus relatos o no alejarse demasiado de las leyes de este mundo (o de las leyes de las corrientes dominantes de la literatura moderna que son el realismo y sus derivaciones), en Aira las historias no se reencauzan casi nunca por caminos convencionales, sino que se ramifican y desparraman por senderos insospechados, a veces tan delirantes como la idea inicial. A Aira no le interesa ser verosímil; mas bien se permite plena libertad para llevar sus narraciones o reflexiones por meandros insospechados.

Además, y principalmente, la prosa de Aira se caracteriza porque la trama cede la mayor parte de su protagonismo a la reflexión. Lo de Aira es sobre todo un ejercicio continuo y prolongado de corriente de conciencia (stream of consciousness) de su propia mente, incluso rayando en el lirismo, donde se nos arrojan reflexiones, generalmente de índole filosófica, o sobre casi cualquier cosa que al autor le viene a la cabeza en el momento. Además, Aira es muy autorreferencial y hasta autobiográfico: como escritor, reflexiona frecuentemente acerca del arte de escribir y de la vida (su vida) como escritor. Y, en esto, por si fuera poco, es repetitivo: aunque no en demasía, hay ideas que aparecen y reaparecen, entre relatos de un mismo libro, y entre diferentes libros.

Pero, trátese de cualquier tipo de reflexión, el rasgo característico y original de Aira es que ésta resulta tan disparatada, ilógica o incoherente como sus tramas. Por todo ello es que su escritura insoslayablemente tiene la etiqueta de experimental o vanguardista.

El cerebro musical, una antología de piezas dispersas elaboradas entre 1993 y 2011 (que al parecer reúne todos o casi todos los cuentos de Aira), resulta un ejemplo casi paradigmático de este estilo o técnica. Muchas de los planteamientos iniciales en cada pieza son de índole fantástico y resultan bastante originales y, por ende, atractivos. El que no conoce al escritor argentino inicia su lectura y comienza a salivar (mentalmente) pensando en las posibilidades imaginativas de cada relato. Sin embargo, es una ilusión: muy pronto la narración se transforma en esa corriente de conciencia libre y extravagante.

Por ejemplo, en uno de los relatos, al protagonista se le presenta un genio que le concederá uno de dos deseos posibles: ser Picasso o tener un Picasso. Uno imagina que el cuento será una deliciosa crónica acerca de lo que decide el protagonista y las consecuencias de su elección. Y no es así: de inmediato el relato se convierte meramente en un conjunto de reflexiones del personaje acerca de lo que debería elegir, en un tono de confusión psicológica.

En otro cuento, el protagonista viaja en un colectivo en una ciudad; oye ladrar a un perro en la calle; mira por la ventana y descubre que es un perro que conoce y con el que tuvo una especie de altercado hace mucho tiempo (trató mal al perro y éste lo odia y no lo ha olvidado); ve que el perro persigue el colectivo, y entonces el relato desemboca en las reflexiones del personaje acerca de lo que le hizo al perro en el pasado y lo que puede ocurrir a continuación.

Sí, hay algo de trama pero en general hay más cavilaciones. Los cuentos se convierten en crónicas o, prácticamente, ensayos. Los resultados unas veces son felices y otras no tanto, y ello no tiene que ver necesariamente con el balance entre trama y reflexión (aunque sí, se agradecería más acción a partir de ideas originales tan geniales), sino en la calidad heterogénea de cada relato. O quizá cuesta trabajo entenderlos por ese carácter incoherente o poco reflexionado de sus reflexiones (valga la paradoja). Al respecto, sólo diré que, en ocasiones, este sinsentido que alcanza hasta los pensamientos del narrador se vuelve demasiado tedioso: están por ejemplo las cuentas absurdas que el protagonista hace respecto a lo que se ahorra comprando libros (“Duchamp en México”) o largas y poco coherentes reflexiones sobre lo que es un matrimonio (“La broma”). 

Supongo, eso sí, que ocurre que el humorismo argentino de Aira –otro rasgo muy presente en su obra– se me escapa a veces. Creo que los argentinos, más que el resto del mundo, reconocen más ese humor, irónico y surrealista, y que tal vez por eso Aira es tan valorado en su patria. He comprobado que es así porque cuando he intentado contarle un relato de Aira a alguien argentino, se ríe con mayor facilidad que yo, que de entrada no siento haber comprendido el cuento del todo.

Entre las piezas que me han parecido mejores destacan “Pobreza” donde el escritor narra en tono humorístico como, luego de quejarse de su perenne pobreza, ésta se le presenta en forma personificada y le reclama su ingratitud, ya que de no ser por ella se hubiera perdido de tantas experiencias que sólo los pobres pueden tener. Ese cuento tiene para mí un valor añadido, además de su brevedad y su trama sencilla tendiente a la fábula, en el hecho de que nos permite percibir un rasgo quizá más real, o por lo menos más humano, del propio Aira.

Otro relato es el propio “El cerebro musical”, que es todo lo contrario a “Pobreza” (aunque también contiene mucha trama) pues es más complejo y probablemente el relato más delirante de todos y uno de los más largos: una fantasía teratológica completamente alucinante, donde la imaginación no tiene límites. Esa libertad también es aceptable (como aceptamos las constantes incoherencias y delirios de Dostoyevski).

Y, finalmente, es bueno también “El infinito”, sobre dos niños que juegan a decir números cada vez más grandes, hasta que descubren la noción de infinito y que hay diferentes infinitos. La influencia de los temas borgianos es más palpable en este último.

No sólo se nota el influjo de Borges por la impronta de lo fantástico (si bien Borges, contrario a Aira, seguía el método de elaboración minuciosa); también Aira me recuerda en general a autores que tienden a lo imaginativo desorbitado y al humor, como Pere Calders (más detallado y más ameno), o quizá Georges Perec (que anotaba sueños). Por otro lado, debido a su carácter de autorreflexión, me recuerda a la introspección aunada a la experimentación de Joyce o de Walser.

Hace muchos años me surgió la idea, inspirada tal vez por el relato de “La biblioteca de Babel” de Borges, de que acaso el objetivo del arte de escribir no es necesariamente proponer historias coherentes desde el siempre subjetivo punto de vista de los hombres, sino simplemente agotar todas las combinaciones de caracteres posibles en una extensión determinada de texto. Así, es válido y deseable que, en un universo y una humanidad tendientes a la eternidad, un escritor escriba una historia exactamente igual al Quijote excepto por una letra cambiada. O que haya todas las variaciones posibles del Quijote, hasta las más delirantes e incoherentes. El arte consiste en escribir todo lo que es posible escribir, y esa es la función del escritor. El fin último es que al final de los tiempos todo lo que se pueda escribir quede escrito. Cuando leo a Aira, a menudo me vuelve a la mente esa idea.

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